ARAFAT EN SU LABERINTO
UNA ola de secuestros, la evidencia de corrupción administrativa y un enjambre de «servicios de seguridad» que operan autónomamente han colocado a la franja de Gaza en estado de emergencia y sumido al Gobierno palestino en una de las peores tesituras de los últimos tiempos. Mientras el primer ministro, Abú Alá, volvía a presentar su dimisión ante tan disparatado panorama y la situación civil se agravaba de manera alarmante, el presidente de la Autoridad Palestina, Yaser Arafat, proponía la terapia parcheada de siempre: promesas de reforma en los servicios de seguridad (los ¡ocho! existentes se quedarían en tres) sobre los que, por fin, tendría plenos poderes el ministro del Interior. Parece increíble que a estas alturas aún haya que resolver este asunto. Pero habida cuenta de la escasa credibilidad de la que se ha hecho acreedor el «rais» en este apartado, más vale poner todas las cautelas posibles sobre la veracidad de su compromiso de cambio. Ha ofrecido demasiados ejemplos como para no abonarse al pesimismo.
La crisis emerge, además, en el peor momento posible y cuando más necesaria era la unidad interna de los palestinos. De nuevo, la aguja de las responsabilidades ha de detenerse en Arafat, quien desde hace tiempo ya forma más parte del problema que de la solución. ¿De qué le ha valido tener ocho servicios de seguridad si el territorio bajo su autoridad (¿) es quizás más inseguro que nunca? Al conflicto con Israel se une ahora la posibilidad cierta de una lucha civil. Y también la certidumbre de que el «rais» no es el hombre que podrá sacar a Palestina de su laberinto.
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