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Columna
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Notas sobre la polémica en torno a ‘El odio’

Pretender que cualquier libro que pudiera afectar a un menor se examine antes de salir nos llevaría a un mundo de censura previa

José Bretón sale de un vehículo policial durante un registro. En la puerta de la finca, una pintada en su contra.
Daniel Gascón

El mal es un aburrimiento. Pensar que tiene alguna profundidad es una superstición. En la mayoría de los casos se parece al río Huerva cuando pasa por Zaragoza: corto, sucio y con poca agua. Las lecciones suelen ser, ya se sabe, banales. Por supuesto, uno puede escribir sobre él, como sobre cualquier otro tema. Puede escoger el punto de vista que desee: es una opción narrativa. También puede escribir un libro malo, e incluso bueno. Como explicó Christopher Hitchens, en cuestiones de libertad de expresión, el valor de lo que se diga es irrelevante: lo importante es que pueda decirse.

Lo más desconcertante del caso de El odio de Luisgé Martín es que ni el autor ni la editorial se pusieran en contacto con Ruth Ortiz, la madre de los niños asesinados. Es lo que requerían la prudencia y una delicadeza básica con quien padece un sufrimiento inimaginable. Lo menos sorprendente es que la polémica haya generado publicidad para una obra que sin ello habría tenido un recorrido más discreto, ni que fuera un adelanto y no la obra en sí lo que generó la polémica. Pretender, como sostiene la fiscalía, que cualquier libro que pudiera afectar a un menor se examine antes de salir nos llevaría a un mundo de censura previa y sería un incordio, con todos los libros sobre la paternidad y el atasco de la justicia. Otra paradoja, que ha señalado Sergio Del Molino, es el escándalo por la inmoralidad del tema en tiempos del culto al true crime. Y otra que la categoría “violencia vicaria” pueda hacernos olvidar que las primeras víctimas son los niños.

El género del libro es ambiguo. La literatura suele apelar a la libertad creativa. En obras de este tipo, como ha explicado Víctor J. Vázquez, autor de la imprescindible La libertad del artista, el pacto es diferente: no se renuncia a la creación, aunque hay unos compromisos con lo fáctico que lo acercan al periodismo y sus reglas en terrenos como el honor y la intimidad. Pero la literatura de no ficción también goza de protecciones constitucionales. El autor no pretendía humillar a las víctimas, y el dolor, por atroz y comprensible que sea, no puede ser la medida de la responsabilidad jurídica ni el límite de la libertad de expresión, pese a lo que sostengan grupos o ministros. Se puede discutir el valor literario, la oportunidad o el acierto moral del libro. También quien sienta rechazo tiene la asombrosa opción de no leerlo.

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Sobre la firma

Daniel Gascón
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) estudió Filología Inglesa y Filología Hispánica. Es editor responsable de Letras Libres España. Ha publicado el ensayo 'El golpe posmoderno' (Debate) y las novelas 'Un hipster en la España vacía' y 'La muerte del hipster' (Literatura Random House).
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