Ribadeo, más que una ría majestuosa
Contemplar el paisaje desde el Puente de los Santos, pasear por sus acogedoras calles y disfrutar del buen comer es una forma de vida muy especial

Si un europeo del norte o un norteamericano preguntaran por lo que nos distingue a los españoles, ¿qué contestaríamos? Yo saldría del paso diciendo que los españoles tenemos primos y además un pueblo, aunque no vivamos en él. La prueba de que esta intuición no anda descaminada es que, con frecuencia, esos dos elementos constitutivos de nuestra biografía –los primos y el pueblo– confluyen en un sustantivo tan español que no encuentra buena traducción en otros idiomas: veraneo.
Veranear es más que irse de vacaciones, es una forma de vida especial que, muchas veces, y sobre todo en los años jóvenes, compartimos con nuestros primos en un pueblo que la familia considera como su sede espiritual.
Pues bien, mi pueblo es Ribadeo, en la mariña de Lugo, a orillas de una maravillosa ría astur-galaica, y mientras escribo sé que allí es pleamar, con lo que todavía quedan dos horas para que en la mitad de la ría emerja esa isla de arena que los ribadenses llamamos el Tesón, y para que empiecen a ensanchar bajo la luz del poniente las playas de la orilla asturiana… En fin, empiezo a hablar de Ribadeo y enseguida me puede el paisaje, pero es que Ribadeo se impone por la belleza de su ría. ¿Y no será que, además del paisaje, me puede también la pasión ribadense? Quizá más es una pasión asistida de razones: es verdad que hay muchas rías en el Cantábrico, todas bonitas, pero ninguna tiene cuatro pueblos asentados en su ribera para alegrar la vista del viajero: Ribadeo, Castropol, Figueras y Vegadeo. Es ese diálogo de los campanarios sobre las ondas del Eo, descrito por mi abuelo Leopoldo hace muchos años, el que hace única a nuestra ría. Aún hay más. La ría de Ribadeo es un paisaje que, desde el lugar adecuado –el Puente de los Santos o el mirador de Santa Cruz– se abarca con un golpe de vista y se incorpora así a la memoria y a esa galería interior de imágenes que nos acompañan siempre. Las rías bajas, igualmente bellas, nos abruman, sin embargo, con su dimensión majestuosa de grandes fiordos y por eso quienes las cantan se tienen que fijar en una parte ("Ay, Sálvora, boca da ría…").
Pero quizá es llegado el momento de que el lector deje de leerme y compruebe mis palabras, yendo a Ribadeo, paseando por sus calles acogedoras, disfrutando de su buen comercio y, con suerte, de un concierto de la Coral Polifónica, que interpreta como nadie las habaneras y gallegadas que componen la banda musical de la película veraniega ribadense.
Después habrá que tomar la difícil decisión –hay tanto para elegir– de dónde comer, y por la tarde una primera aproximación a la ría debe empezar bajando por cuestas empinadas a Porcillán, para encontrarse allí con un espectacular (pero no ostentoso) puerto deportivo y, a su lado, una vieja dársena y un bajorrelieve de bronce, homenaje de Ribadeo a mi padre, que a mí me enseñó todo esto que les he contado.
*Leopoldo Calvo-Sotelo es Marqués de la Ría de Ribadeo
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