Las mujeres del mar se abren espacio en la Patagonia argentina
En el sur del Atlántico, uno de los rincones más ricos en variedad y abundancia de recursos marinos, pescadoras y mariscadoras forjan una trayectoria silenciosa, pero constante, y desafían las desigualdades del sector

EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
Jazmín Defrancesco suele hacerse las uñas esculpidas para poder arrancar mejor las cholgas adheridas en el fondo del mar. Prolijas y coloridas, las láminas pintadas la ayudan a protegerse las manos del filo de las conchas que se resisten a ser sacadas. En Playa Larralde, en la Patagonia atlántica, provincia de Chubut, sale a diario, como otros pescadores, con la marea alta y vuelve cuando la recolección del día se agota. A metros bajo el agua, ella llenará cajones que su padre Eduardo, en cubierta, subirá y acomodará sin descanso. Al igual que su prima Anahí, Jazmín Defrancesco, de 30 años, es una de las pocas mujeres buzo entre los marisqueros del Golfo San Jorge. No es fácil, coinciden las dos primas. Pero es un estilo de vida al que apuestan.
“Las mujeres siempre estuvieron”, dice Paula Ibarrola, investigadora patagónica, que ha puesto la mirada en ellas en un universo donde los hombres han marcado la cancha. La socióloga cuenta que, en el pasado, era común verlas cuidando a los niños o en otras etapas de producción, como preparando las redes o limpiando el producto una vez extraído. Pero hoy también se meten en el mar.
Aunque hacia finales del siglo XX surgieron estudios sobre la presencia de mujeres pescadoras, este es un mundo masculinizado y es difícil tener acceso a estadísticas, que suelen unificar la pesca con la agricultura y ganadería. Según el reporte 2024 de la FAO, las mujeres representan el 24% de la mano de obra total en la pesca mundial. Por otra parte, el Banco Mundial registra que la participación de la mujer representa aproximadamente el 50% de la fuerza laboral del sector pesquero, pero en la actividad marítima eso se reduce a apenas un 2%. En Argentina, además, la brecha salarial general entre hombres y mujeres es del 25%.
Hay un sector en especial donde las mujeres han tenido una participación más activa: la recolección de mariscos. Allí ellas “trabajan a la par”, dice Ibarrola. Es el caso de Anahí Defrancesco. Bucear en busca de mariscos en Playa Larralde, en Península Valdés, puede sonar a película: salir en una lancha, sortear las olas, colocarse el narguile que permite la llegada de aire abajo del agua y, mientras se arrancan cholgas o vieiras, poder cruzarse con un delfín o una ballena. La dureza la ponen los inviernos del sur argentino. “Yo siempre digo que soy privilegiada por estar en el lugar que estoy y por hacer lo que hago, pero eso lo digo cuando buceo dos horas y el día está planchado, precioso y hermoso”, afirma. “Cuando duro seis horas, el día está horrible, hay mucha correntada y me muero de frío, vuelvo a decir: ‘Esto no es tan para privilegiados”, bromea.

Desde los 15 años, Defrancesco, hoy de 36 años, transformó su afición de salir al mar en un trabajo. Recuerda particularmente el día en que sus hermanos Gastón y Matías buceaban y le enseñaban la técnica para levantar la vieira, el mejillón, cómo hacerlo más rápido y cómo rendir más. “Algo épico es que ellos me hayan pasado esa sabiduría, que también les llevó su tiempo, y no dejarme a mí que me curta sola”, sostiene. Pese a la buena sintonía, reconoce que en el mar hay mucho machismo y que, a veces, los compañeros pueden sentirse opacados por el rendimiento de las mujeres.
Paola Signorelli también aprendió de su familia a capturar pulpos; a usar el gancho, buscar la luz indicada y saber dónde encontrarlo. La mujer de 42 años vive en Puerto Madryn y madruga para recorrer las costas en busca de los pulpos grandes. Más al norte, en el Golfo San Matías, cerca de las paradisíacas playas de Las Grutas y San Antonio Oeste, otros pulperos hacen también esta labor. De ahí llegó su madre, que pasaba las noches en la playa para estar con los primeros rayos del sol en busca de sustento y que le enseñó lo que hoy sabe. La historia de Signorelli tiene su eco en Vigo, en España. En Galicia señalan los orígenes de esta tarea que se volvió sureña, y el fuerte rol que tuvo la actividad, mucho antes, entre las comunidades originarias de América del Sur. Así se funde el pasado migrante y la identidad indígena de las mujeres de la pesca.
Más al sur, en la localidad de Camarones, otra mujer deja su sello: Carola Puracchio. Nacida y criada a la vera del mar, donde colecta algas, esta chef recrea el espíritu de la cocina marina. De chica, acompañaba a su abuelo a recolectar lo que la corriente traía. Hoy, fusionó sus pasiones en A-MAR, un proyecto gastronómico que pone las algas en el centro de la carta. “Son un alimento supernutritivo, están cargadas de vitaminas, proteínas y nutrientes, con numerosos beneficios”, explica. “En nuestro mar hay una gran variedad y muchas de ellas son aptas para el consumo humano”. Entre sus platos, menciona el escabeche de wakame, un alga invasora que desplazó a la macrosistis nativa. “Lo lindo de tener el mar enfrente es que nos permite usarla en su estado natural y muy fresca”, explica. Es literal: el patio de su casa da a la playa.
En las plantas procesadoras de pescado, la presencia femenina también es importante. En Puerto Madryn, en Rawson y otras localidades, las mujeres suelen ser las que clasifican los langostinos y los ubican en las cajas de dos kilos que luego llegan a todo el mundo. Esos lugares están llenos de operarias como Mariana Fernández, de 45 años. Con su ropa de trabajo teñida de naranja por las horas de manipular langostinos, separa en una mesa con destreza los que son grandes y están enteros y los acomoda. Solo frena un segundo para contar su historia, que es la de muchas: mujeres que llegaron de otras partes, acompañando a sus maridos y que, luego, se separaron y encontraron en el trabajo vínculos con sus compañeras. Además, valoran el trabajo de la industria de la pesca porque les da independencia económica. Pese a que las jornadas son largas y cansadas y que hay poco tiempo para salir, Fernández cuenta que ahí, en los momentos de descanso, la hermandad se hace presente.








Sin embargo, las mujeres siguen cumpliendo con las tareas de cuidado y lidiando con la soledad cuando sus compañeros se van al mar durante días, a veces semanas. Una dinámica que es similar a la de las familias petroleras que se instalan también en la Patagonia. Hombres que arriban de otros lugares en busca de buenos sueldos, y familias que migran con ellos y deben surfear el desarraigo. Lorena Rossi es psicóloga y está casada con un agente marítimo que trabaja en la pesca. Llegó a Rawson y a este mundo a través de él y atiende a muchas mujeres y hombres del sector. Ella misma conoce los desafíos de las familias acostumbradas al ir y venir de los barcos. “No existe horario. Los barcos entran con la marea y te puede tocar de madrugada”, cuenta. Lo que escucha en su consultorio tiene matices similares: se gana mejor, pero el precio es alto: criar en soledad, soportar la angustia, porque el mar siempre tiene la última palabra. “Ellos siguen trabajando como si nada, pero los temores de sus familias quedan en tierra”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Más información
